ACLARACIONES DETRAS DEL MITO ¿MI CEREBRO ME ENGAÑA?
No es extraño oír a veces afirmaciones como «El cerebro nos engaña», o «Mi cerebro sabe lo que voy a decidir antes de que yo tome las decisiones». ¿Es eso cierto? ¿Puede engañarnos el cerebro?
Analicemos el contenido de esas afirmaciones para darnos cuenta de que el engaño donde verdaderamente está es en dichas afirmaciones. Cuando decimos
que el cerebro nos engaña, sin darnos cuenta estamos presuponiendo algo que en realidad no existe. Porque, ¿Quién
es ese «nos» del que hablamos?, es decir, ¿Quién somos nosotros, quién soy yo? ¿Podría sostener mi propio cerebro en
una mano y hablarle desde cierta distancia como si yo fuese
algo diferente a mí mismo? ¿Acaso soy algo más allá de mi
cerebro y me puedo distinguir de él? Y si así fuera, ¿Qué sería ese algo? ¿El resto de mi cuerpo sin mi cerebro? ¿La carcasa que quedaría si extrajésemos el cerebro de mi cuerpo?
Seamos razonables.
Si analizamos detenidamente nuestra propia naturaleza no tardamos en darnos cuenta de que "La Fábrica De Las Ilusiones" antes que nada y por encima de todo somos nuestro cerebro y la mente que él crea. Por eso, el gran filósofo y sabio
francés René Descartes acertó al afirmar «Pienso, luego
existo». Por extraño que parezca, la mente, más incluso que
el cuerpo, es lo más propio y familiar que tenemos, aquello
con lo que cada uno de nosotros más se identifica. Sólo lo
que nuestro cerebro y nuestra mente son capaces de percibir o conocer no nos es ajeno.
Lo que no está en nuestra
mente en cierto modo no existe para nosotros, y si el cerebro se altera, la mente también lo hace. Lo que sucede
es que, a pesar de ello, analizándola introspectivamente,
mirando cada uno de nosotros hacia su propio interior, podemos tener la errónea sensación de que la mente es algo
añadido al cuerpo y diferente a él, en lugar de una manifestación tan inseparable del mismo, particularmente del
cerebro, como el movimiento de la rueda. Aunque resulte
paradójico, el único modo que tenemos de conocer nuestro
cuerpo es mediante la propia mente, esa mente que él mismo crea. Es decir, es por la mente que llegamos al cuerpo
del que ella depende, y no al revés.
Un razonamiento añadido puede acabar de convencernos. Cuando se trasplanta un órgano, por ejemplo, un
corazón o un riñón, la mayoría de las personas preferirían
ser el receptor, el que recibe el órgano, y no el donante,
pues éste suele ser una persona recientemente fallecida. No
obstante, esa preferencia se invertiría si el órgano a trasplantar fuese el cerebro, porque, ¿Quién sería uno entonces? ¿Seguiríamos siendo nosotros mismos con el cerebro
trasplantado de otra persona? Aunque trasplantar un cerebro es algo que hoy en día no está al alcance de la ciencia,
si lo estuviera, lo que en realidad estaríamos haciendo no
sería un trasplante de cerebro, sino un trasplante de cuerpo de un cerebro a otro.
Fuente: Ignacio Morgado, La Fábrica De Las Ilusiones, Editorial Ariel.
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